tag:blogger.com,1999:blog-29348518805024979412024-02-08T13:20:05.233-03:00Investigando con Jean DupréJean Dupré es un detective de ficción apodado el francés y creado por un cuentista uruguayo para sus relatos policiales que escribe bajo el seudónimo
de Hipogloso hablador.
A través de las diferentes narraciones comprobará que para Dupré cada caso es una batalla, un desafío personal, que lo impele a salir triunfante.
Todos los relatos son de ficción. Nombres, personajes, lugares y hechos son puramente imaginarios. No teniendo relación alguna con hechos, lugares o personas de la vida real.Hipogloso habladorhttp://www.blogger.com/profile/12965777672875024243noreply@blogger.comBlogger1125tag:blogger.com,1999:blog-2934851880502497941.post-82274978829804838332009-09-14T08:28:00.003-03:002009-09-14T10:58:08.173-03:00PURO CUENTO<span style="color:#663300;"></span><br /><span style="color:#330000;">Soy de hábitos nocturnos y tengo pretensiones de escritor, por lo que<br />en las noches sin inclemencias acostumbro salir a caminar meditando<br />lo que he escrito durante el día.<br />Por momentos suelo detenerme tratando de darle vida a las escenas<br />y corrijo mentalmente lo que me parece defectuoso o redundante<br />por hallarse implícito en la historia.Me preocupo también por el<br />suspenso que pueda crear en el lector.<br /><br />En eso estaba una noche primaveral, iluminada desde un cielo<br />deslucido por el brillo pálido y débil de una luna incierta.<br />De pronto, durante un instante quedé inmóvil, como una<br />estatua pétrea.<br />La sangre pareció acumularse bajo mi piel y en torno a mis ojos.<br />El personaje principal de mi cuento se encontraba muerto en la acera.<br />Fue un momento tan emocionante como aterrador.<br />El cadáver se hallaba en posición supina. Tenía el rostro vuelto hacia<br />el cielo y los brazos muy extendidos, como para una crucifixión.<br />Sus ojos, exageradamente abiertos, miraban fijo hacia arriba.<br />El cuerpo desnudo se veía envuelto por hilos de sangre, que aún<br />tibia seguía fluyendo a borbotones de múltiples heridas causadas<br />con un objeto contundente, encharcando las baldosas colindantes.<br />Me llamó la atención que junto al pubis le habían pintado con<br />aerosol una calavera fumando un porro y que la misma estaba<br />adornada con una larga melena de mujer.<br />El protagonista parecía haber elegido aquel momento y lugar<br />con el fin de obtener un efecto teatral.<br />Yo permanecí allí asombrado, inconmovible, como un actor<br />sosteniendo una escena hasta que bajara el telón.<br /><br />Lo que sucedió entonces tuvo la velocidad de un relámpago,<br />y fue para mí el preámbulo de una verdadera tragedia.<br />Me enceguecieron las luces de un patrullero y enseguida<br />quedé rodeado por cuatro policías.<br />A uno de los uniformados, lo reconocí como al oficial<br />Oscar Valdez de mi cuento.<br />Él ejercía el mando y era astuto como un zorro. Sus ojos<br />impresionaban como dos canicas oscuras muy móviles que<br />daban a su rostro un rasgo diabólico.<br />Los restantes tres agentes en mi ficción eran: Luís Alberto Yelpo<br />un hombre querido por todos sus compañeros, que lo consideraban<br />un niño grande.<br />Se pasaba todo el año acatarrado, por lo que tenía la cara colorada<br />y los ojos llorosos como los de un borracho; aunque era un policía<br />muy sobrio.<br />Otro, magro como un perdiguero, cuyo rostro de desvaída amarillees<br />era descarnado hasta la extenuación, mostraba una nariz aguileña,<br />y el cuello tan ajado que apenas parecía pertenecer a una criatura<br />humana, se correspondía con el personaje —policía novato y lleno<br />de hijos— que en mi historia era Alfredo Enrique Maciel.<br />El último,de cabeza grotesca e inolvidable,de cabellos rojizos,piel<br />descolorida y correosa, fuerte como un oso era: Julio Andrés Merlo.<br />Todo él olía como si hubiera hecho un trío con Lassie y Rin-Tin-Tin,<br />poseyendo una monstruosa sonrisa de comemierda.<br />En la jerga policial tenía el mote de: "el bull terrier"<br />Lo que me resultaba extraño es que ellos se llamaban entre si con<br />otros nombres diferentes, que no me sonaban conocidos.<br />Eso me preocupaba y sentía temor por lo que podía llegar<br />a sucederme.<br /><br />—¿Quién es usted? —preguntaron casi al unísono.<br />—Hipogloso Hablador es mi nombre<br />— ¿Fue testigo del crimen o simplemente descubrió el cadáver?<br />—Ni una cosa ni la otra. En realidad yo soy el culpable de<br />esta historia.<br />—¿Entonces se declara como el autor del asesinato?<br />—No soy el asesino —dije con énfasis, lo que pareció<br />agregar fuerza a la enormidad de mi negación.<br />El destino de este ser es obra de mis pensamientos.<br />Yo pergeñé la trama y su narración ha sido escrita por mi mano.<br />—Déjese de joder —me dijo el oficial mirándome con ojos<br />iracundos<br />—Nos quiere tomar por pelotudos o es un loco de mierda.<br /><br />Mientras venían las unidades de investigación que fueron<br />convocadas inmediatamente a la escena, ellos peinaron la<br />zona en busca de testigos al acecho. No encontraron ninguno.<br />Incluso Oscar Valdez mandó a sus subalternos a golpear en<br />las puertas de las casas cercanas, para consultar si algún<br />ocupante había observado u oído algo.<br />La verdad es que los policías siempre meten la nariz en todo,<br />y tienen narices de oso hormiguero.<br />Pero nada consiguieron. En efecto, todos los vecinos habían<br />estado ocupados en una cosa u otra, al tiempo que el asesino<br />se deslizaba silenciosamente frente a sus puertas y<br />desaparecía luego de la misma manera.<br /><br />—¿Quien era la víctima? —se preguntaban. Hasta ese </span><br /><span style="color:#330000;">momento podía llamársele: "un don nadie asesinado"<br />Entonces uno de los poli se arremangó y hurgando en los<br />bolsillos del pantalón del muerto, que se hallaba tirado<br />al costado del cuerpo, y sacó la billetera diciendo:<br />—¡Aquí está! Permiso de conducir de Montevideo a nombre<br />de Cándido Amador.<br />—No, —protesté— él es el personaje Armando Jesús Ventura<br />de mi cuento.<br />—Cállese. El occiso está ya identificado —dijo el oficial<br />de muy mal modo.<br />—Pensé que faltaba aún conocer cómo había sucedido y </span><br /><span style="color:#330000;">quién era el asesino<br />Habría que ocuparse además de: ¿el para qué? Y también<br />del ¿con qué? Ya que el arma homicida no había sido hallada<br />en las proximidades.<br /><br />El oficial ordenó que me pusieran las esposas y me observaran<br />con detención de arriba abajo en busca de vestigios de sangre,<br />ya que según dijo: —Ella habla, aunque es muda.<br />Habla contra el criminal si éste presenta manchas.<br />Para ese entonces ya habían llegado toda una caterva de<br />funcionarios policiales: los fotógrafos, el forense con sus<br />colaboradores, y un equipo de técnicos en huellas como </span><br /><span style="color:#330000;">para empolvar la ciudad.<br /><br />De nuevo Valdez me atacó, ahora con un sarcasmo malévolo.<br />Acercándose implacable —como un perro que persigue a un<br />vehículo— me increpó enfurecido para que sin tapujos<br />reconociera mi culpabilidad.<br />Le reiteré que era inocente, pues en la vida real yo no<br />había matado a nadie.<br />El policía al tiempo que me soltaba numerosos "hijo de puta"<br />me decía: —Hay claros indicios de que usted aquí se graduó<br />de asesino y no me venga con estupideces increíbles si no<br />quiere que le haga morder el polvo de tal forma que lo<br />pasaría muy mal.<br />¿Qué pretendía con este crimen?<br />—Aquel necio rústico comenzaba a exasperarme, haciendo<br />bullir mi sangre.<br />—¡Yo no soy un asesino en serio!<br />Con seguridad ustedes debido al relato de mi cuento parten<br />de la premisa que donde hay humo suele haber fuego.<br />También es cierto que buena parte del trabajo policial se<br />basa en el instinto y las corazonadas.<br />Pero en este caso hay un error de buena fe de ustedes, que<br />no está sustentado ni por un ápice de prueba —afirmé.<br />—¡Váyase al cuerno, Hipogloso! —me dijo— y recibí entonces<br />dos rodillazos en los huevos, y me hizo subir prepotentemente<br />al asiento trasero del coche patrullero trastabillando y<br />agarrándome las pelotas.<br />Ello aumentó mi ira contra aquella bruta criatura de mi creación.<br />A partir de aquel momento, tuve la certeza de que el propio<br />Lucifer estaba entronizado en ese personaje.<br />Pero yo sospechaba que esto era solo el principio; más,<br />mucho más debía estar por venir. Mientras el ritmo de mi<br />respiración se disparaba, —como un personaje de dibujos animados<br />que cuelga del borde de un risco— me mantenía en gran suspenso<br />temeroso de lo que pudiese ocurrirme.<br /><br /><br />Al muerto lo llevaron a la morgue y a mí esa noche me encerraron<br />en un calabozo de la comisaría, detenido bajo el cargo de<br />sospechoso de homicidio.<br />A través del mezquino ventanuco enrejado de la celda, podía ver<br />la luna entrando y saliendo de las nubes con la regularidad de<br />un letrero luminoso.<br />En la vida —pensé— el péndulo oscila así, ya en la luz, ya de<br />nuevo en la sombra.<br />Al otro día con una jaqueca monstruosa me condujeron<br />al Departamento de Investigaciones.<br />—"el francés", es muy bueno haciendo perfiles de crímenes<br />y de homicidas, él va a llegar a la verdad y así sabremos<br />finalmente si sos culpable o inocente, me señalaron.<br />—¿Qué mierda me estaban diciendo? Yo sabía, por mi cuento,<br />que allí el protagonista iba a ser el detective Gastón Justo Clever, </span><br /><span style="color:#330000;">alias "el listín" y que me interrogaría exhaustivamente.<br />Una vez en el edificio fui a la oficina del detective atravesando<br />un corredor largo y estrecho, siguiendo el olor de carne sin lavar<br />del agente "bull terrier" que me custodiaba.<br />Para colmo de males, este hizo un gesto cómico con la mano y se<br />tiró un pedo, inundando con una andanada de pestilencia el lugar.<br /><br />El listín era un hombre de unos cuarenta y pocos años, alto, </span><br /><span style="color:#330000;">de cabellos cortos, tez clara, y un rostro pálido y resuelto. </span><br /><span style="color:#330000;">Aunque era delgado sus hombros podían haber sido los de </span><br /><span style="color:#330000;">un forjador, y sus rasgos tenían la benigna severidad de un </span><br /><span style="color:#330000;">sacerdote, lo que concordaba con su forma de ser ecuánime.</span><br /><span style="color:#330000;">Poseía unos penetrantes ojos castaños sumamente vivaces que<br />se movían por todo el despacho y terminaban posándose siempre </span><br /><span style="color:#330000;">en los míos. </span><br /><span style="color:#330000;">Experto en crímenes sus técnicas de interrogación eran muy </span><br /><span style="color:#330000;">hábiles y persuasivas.</span><br /><span style="color:#330000;">Tenía fama de que no se resignaba a dejar ningún caso sin resolver.</span><br /><span style="color:#330000;">Siguiendo un plan de acción preconcebido para hacerme perder </span><br /><span style="color:#330000;">la serenidad durante el interrogatorio, el investigador hizo </span><br /><span style="color:#330000;">transcurrir todo en cámara lenta. </span><br /><br /><span style="color:#330000;">Primero con mucha parsimonia se limpió la cera de los oídos con </span><br /><span style="color:#330000;">un clip, y estirando la palma de su mano derecha estrechó la mía </span><br /><span style="color:#330000;">presentándose: —Detective Jean Dupré.</span><br /><span style="color:#330000;">Se la estreché a regañadientes, pensando: —No me embromes<br />vos sos Gastón Justo Clever, pero lo dejé creer que me engañaba.</span><br /><span style="color:#330000;">Después me miró con cierto desdén desde lo alto de su nariz,<br />y eligiendo los vocablos me dijo ceñudamente, aunque en un<br />tono amable y conciliador:</span><br /><span style="color:#330000;">—Siéntese por favor señor, y hablemos claro para ahorrarnos </span><br /><span style="color:#330000;">tiempo y palabras.</span><br /><span style="color:#330000;"> —Es lo que he intentado hacer antes con sus colegas, pero ellos </span><br /><span style="color:#330000;">han creído que les tomaba el pelo o que estaba rematadamente loco.</span><br /><span style="color:#330000;">Créame todo este asunto es una farsa de mi imaginación.</span><br /><span style="color:#330000;">—Pero amigo Hipogloso. Usted debe saber que el espacio que<br />separa la locura de lo genial es tan escueto como el que aparta<br />los dos bordes de una herida.</span><br /><span style="color:#330000;">Atónito me tomé unos segundos antes de responder para<br />aclararme la garganta y le hablé, tragándome la rabia, con voz </span><br /><span style="color:#330000;">tranquila y controlada para no aparentar nerviosismo.</span><br /><span style="color:#330000;">—Señor yo no soy genial, pero tampoco soy un desequilibrado.</span><br /><span style="color:#330000;">Escribo con el deseo de ganarme la vida. </span><br /><span style="color:#330000;">Este homicidio es la base de un cuento que aún no he terminado<br />por lo que no ha salido de la oscuridad, son solo borrones. </span><br /><span style="color:#330000;">Fui detenido en el momento en que mentalmente lo estaba </span><br /><span style="color:#330000;">corrigiendo, para luego ponerlo en limpio; y usted mismo es </span><br /><span style="color:#330000;">un mero invento de mi narración.</span><br /><span style="color:#330000;">—De manera que usted está escribiendo un cuento policial </span><br /><span style="color:#330000;">interesante, donde me ha hecho el honor de crearme como </span><br /><span style="color:#330000;">personaje…</span><br /><span style="color:#330000;">Asentí asustado, como un perro con el rabo entre las piernas. </span><br /><span style="color:#330000;">—A ver, Hipogloso, vayamos paso a paso, reláteme con </span><br /><span style="color:#330000;">claridad como sigue la historia. </span><br /><span style="color:#330000;"></span><br /><span style="color:#330000;">Mientras el sudor chorreaba mi rostro y mi pulso corría con una </span><br /><span style="color:#330000;">inusitada aceleración, con la voz frágil de un niño que pregunta<br />cuál será su castigo, le conté el resto de mi ficción, con el final </span><br /><span style="color:#330000;">todavía trunco.</span><br /><span style="color:#330000;">—Está haciendo usted un cuento muy atrayente mi amigo, dijo </span><br /><span style="color:#330000;">sin el menor atisbo de humor. </span><br /><span style="color:#330000;">Pero debo informarle que el asesinato ha sido real, y sus detalles </span><br /><span style="color:#330000;">varían tanto de su narración incongruente como los tonos </span><br /><span style="color:#330000;">amarillos en un paisaje primaveral.</span><br /><span style="color:#330000;">Leyendo el expediente del homicidio me dijo con voz fría </span><br /><span style="color:#330000;">y mesurada:—La víctima es el señor Cándido Amador. </span><br /><span style="color:#330000;">Él se había declarado homosexual orgulloso a mediados de </span><br /><span style="color:#330000;">los años noventa.</span><br /><span style="color:#330000;">Era un sujeto que siempre acompañado por algún individuo </span><br /><span style="color:#330000;">de moralidad dudosa recorría los garitos de sábanas calientes. </span><br /><span style="color:#330000;">Chuleaba además a ocho putas transexuales y lo hacía con </span><br /><span style="color:#330000;">total impunidad. </span><br /><span style="color:#330000;">El Dr. Pereira Borges encargado de realizar su autopsia, detectó </span><br /><span style="color:#330000;">en su orificio anal, Nitrito de amilo, popularmente llamado </span><br /><span style="color:#330000;">popper, que es usado por los sodomitas para dilatar el esfínter. </span><br /><span style="color:#330000;"></span><br /><span style="color:#330000;">En mis casi veinte años de detective, junto con mi equipo, he </span><br /><span style="color:#330000;">investigado y resuelto algunos cientos de homicidios de<br />diferentes causas. Incluyendo estos malditos crímenes entre </span><br /><span style="color:#330000;">personas de estilo de vida alternativo.</span><br /><span style="color:#330000;">Las víctimas son siempre las que más les enseñan a los </span><br /><span style="color:#330000;">investigadores el perfil del criminal, y el señor Amador era el </span><br /><span style="color:#330000;">andidato perfecto para este tipo de homicidio.</span><br /><span style="color:#330000;">El matador ya está detenido y confeso. </span><br /><span style="color:#330000;">Es un monstruo llamado Jack Brandon Laurenz de cuarenta y seis </span><br /><span style="color:#330000;">años, que dominaba con una fuerza similar a la de tres personas </span><br /><span style="color:#330000;">juntas a sus numerosos ultimados.</span><br /><span style="color:#330000;">Los asesinos seriales cometen sus crímenes según un modelo </span><br /><span style="color:#330000;">establecido, y nosotros conocíamos perfectamente el modus<br />operandi de este homicida.</span><br /><span style="color:#330000;">Siempre sacrificó a homosexuales masculinos, por lo que se le </span><br /><span style="color:#330000;">conoce en el ambiente como: </span><br /><span style="color:#330000;">"el artista supremo de los crímenes de gays" </span><br /><span style="color:#330000;">Este asesino serial de maricas también tiene el alias de "el pintor"<br />ya que dibujaba con aerosol en sus cuerpos alguna figura alusiva </span><br /><span style="color:#330000;">a su condición.</span><br /><span style="color:#330000;">Se lo conoce igualmente por el mote de "Marcos" porque muchas </span><br /><span style="color:#330000;">veces utilizó un martillo para liquidar y descuartizar a sus víctimas.</span><br /><span style="color:#330000;"></span><br /><span style="color:#330000;">Yo no acepté este final para mi historia. Excitado hice un escándalo </span><br /><span style="color:#330000;">de los mil demonios. Como consecuencia terminé con mis huesos, </span><br /><span style="color:#330000;">mi razón y mis ficciones en un pabellón de un Hospital Siquiátrico.</span><br /><span style="color:#330000;">El ambiente es tan lúgubre que es imposible que un ser humano </span><br /><span style="color:#330000;">pueda vivir en él sin perder la cordura. </span><br /><span style="color:#330000;">Es un lugar extraño y extrañas son las palabras que se me </span><br /><span style="color:#330000;">ocurren escribir en él para darle final a mi historia. </span><br /><span style="color:#330000;"></span><br /><span style="color:#330000;">******************************************************* </span><br /><span style="color:#330000;">Espero no echar raíces de manera permanente en este sitio. </span><br /><span style="color:#330000;">Y cuando el semáforo se ponga verde podré relatarles cuentos </span><br /><span style="color:#330000;">policiales coherentes. </span><br /><span style="color:#330000;">En ellos el protagonista principal será el emblemático detective </span><br /><span style="color:#330000;">Jean Dupré, quien nos mostrará su asombrosa intuición, así<br />como el desarrollo de métodos infalibles para resolver difíciles<br />casos delictivos.</span>Hipogloso habladorhttp://www.blogger.com/profile/12965777672875024243noreply@blogger.com5